sábado, 28 de agosto de 2010

Filosofía, una escuela de libertad




Francisco Díaz Montilla


En el 2007, la Unesco publicó un texto cuyo título es, para quienes nos movemos en aguas filosóficas, sumamente sugerente: Philosophy a School of Freedom
(http://unesdoc.unesco.org/images/0015/001541/154173e.pdf). Hasta donde entiendo, no se ha traducido aún al castellano, lo cual explica en gran medida su desconocimiento en nuestro país por parte de quienes toman decisiones con respecto a la enseñanza de la filosofía en los colegios y -por qué no- en las universidades.

Para la Unesco, la filosofía es una escuela de libertad, por ello no puede prescindirse de su estudio. Es más, al decir de la propia institución: la Unesco no es posible sin la filosofía.

Entre las ideas básicas que se presentan en la obra tenemos:

  • La filosofía es liberadora.
  • La experiencia de filosofar no se debe ofrecer solamente a los adultos, sino que -también- se le debe ofrecer a los niños. En ese sentido, el texto recoge información valiosísima sobre proyectos de enseñanza de filosofía para niños (FpN) a nivel mundial: Argentina, México, Chile, Estados Unidos, Canadá, Europa, Australia, Nueva Zelanda, entre otros. Curiosamente, de Panamá no aparece ninguno.
  • La enseñanza de la filosofía, no importa en qué nivel, no debe tratarse como algo transversal, sino que debe respetarse la autonomía de la disciplina.
  • La enseñanza de la filosofía corresponde a personal debidamente formado para esa tarea. Es decir: la enseñanza de la filosofía y -por extensión- sus disciplinas es responsabilidad del filósofo.
  • En los sistemas educativos donde se contempla la enseñanza de la filosofía debe mantenerse o aumentarse, en todos los niveles (básica, premedia, media y universitaria). Y a los que no la contemplan, se les recomienda introducirla.
  • Es prioritario crear las condiciones que permitan a los interesados por la filosofía desarrollar sus potencialidades al máximo, lo cual quiere decir que se le deben ofrecer las condiciones para que puedan estudiar, investigar y enseñar de la mejor manera. 
En Panamá estamos en otra onda. Al ritmo que vamos, ni siquiera los adultos tendrán la oportunidad de abordar con propiedad las cuestiones fundamentales que ha tratado la filosofía. Hemos decidido -en nombre de una ficción llamada la sociedad- que lo que importa es la ciencia, la matemática o el inglés. Aunque el "para qué importa" no esté del todo claro. Y así, pasamos por alto que si se trata de un pensamiento bien llevado y bien fundado, ni la ciencia, ni la matemática ni el inglés nos sirven. ¿De dónde hemos sacado que la ciencia o la matemática enseñan a pensar o tienen algo que ver con el buen pensar?


En cuanto a la formación de quién enseña la filosofía o las disciplinas filosóficas la situación no es menos problemática y pareciera no importarle a nadie. No es de extrañar, entonces, que profesionales que nada tienen que ver con la filosofía la enseñen en los colegios y universidades. Así, encontramos geógrafos dictando cátedras de lógica o de filosofía; médicos o periodistas enseñando ética, etc.

Y en cuanto a la dedicación semanal, la propuesta de transformación curricular del Meduca habla por sí misma: se reducen las horas significativamente y nada garantiza que se mantengan en el futuro.

Para quienes tenemos formación filosófica, la filosofía es liberadora: nos libera de los prejuicios que heredamos de la propia cultura en la que estamos, nos pone en guardia contra el dogmatismo, refuerza y promueve nuestra autonomía intelectual y el pensamiento crítico. Pero bueno, desde el punto de vista de la educación escolar, los hechos demuestran que no interesa un individuo crítico, libre e intelectualmente autónomo, sino autómatas productivos y marionetas. 


Como educadores de filosofía entendemos nuestra misión en los términos en que Platón lo expresara hace más de 2000 años en su célebre alegoría de la caverna. Hoy es tanto más necesaria la luz que la filosofía pueda aportar, si tenemos en consideración que el reino de sombras de la cual hablaba el filósofo griego se ha instaurado en nuestro medio de manera dramática, ha encontrado en Meduca un aliado incondicional y  la escuela es uno de sus recintos. 





Justice: the right thing to do



Excelente serie en la cual se tratan cuestiones éticas de actualidad de manera amena y rigurosa. 

jueves, 26 de agosto de 2010

A favor de la filosofía

Por Fernando Savater*



Sin duda hoy la filosofía no es la chica más guapa de la clase ni tampoco la más popular. Pierde horas en los planes de estudio y para colmo se la empareja en algunos cursos con ciudadanía, lo cual es el mejor modo de fastidiar por igual ambas materias.

Yo creo que uno de los problemas principales del estudio de la filosofía es lograr entender de qué va o, mejor, cogerle la gracia: como los chistes. No es tan fácil. Isaiah Berlin empezó su vida académica como filósofo (era uno de los discípulos predilectos de Wittgenstein) pero luego dejó este primer amor para dedicarse a la historia de las ideas; cuando se le preguntó por las razones de tal cambio, repuso: "Es que quiero estudiar algo de lo que al final pueda saber más que al principio".

En efecto, la filosofía trata de cuestiones no instrumentales --como las que se plantea la ciencia-- y que por tanto nunca pueden ser definitivamente solventadas: sus respuestas ayudan a convivir con las preguntas, pero nunca las cancelan. De ahí que quienes aconsejan con impaciencia a los filósofos acogerse a la psicología evolutiva o a las neurociencias sencillamente no entienden el chiste ni ven la gracia al asunto. Como bien indica Giacomo Marramao en Kairós (Editorial Gedisa), "las interrogaciones filosóficas se sirven de la experiencia y no del experimento, y por ello solo pueden utilizarse en los símbolos, metáforas, palabras clave con las cuales intentamos conocer la realidad en que vivimos".

Quizá la mejor caracterización de la inquietud filosófica es señalar que se ocupa de "las interrogaciones que a todos nos conciernen", no en cuanto preocupados por tal o cual sector del conocimiento, sino en lo que toca a nuestro común oficio de vivir como humanos. Este es el planteamiento básico sustentado por Víctor Gómez Pin en su "Filosofía" (Gran Austral, editorial Espasa Calpe), una introducción general a la materia que puede resultar ardua para quien apetezca simplificaciones de manual pero que resulta provechosa a cuantos crean que lo importante siempre resulta también exigente.

Gómez Pin no rehúye partir de los avances de la matemática y otras ciencias, pero busca sin cesar establecer ese nivel común a la inquietud humana general que es propiamente filosófico. Porque no debe olvidarse --como bien dice Odo Marquard-- que el filósofo no es un experto, sino quien dobla al experto: el especialista para escenas de peligro.

Otro camino de acercarse al chiste filosófico pasa a través de la vida y obra de algunos grandes pensadores. Las ediciones Marbot, que han iniciado recientemente con acierto y buen gusto su andadura, proponen dos libros excelentes a tal propósito. Cada uno de ellos está centrado en un filósofo, desde enfoques muy distintos aunque ambos bien logrados. El Séneca, de Paul Veyne, historiador del mundo clásico que estuvo muy vinculado intelectualmente a Michel Foucault, es un estudio magistral de la vida, obra y época del pensador nacido en la Córdoba primitiva. Nos narra la trayectoria humanísima y por tanto a veces contradictoria de un indagador preocupado con esa gran molestia intelectual y práctica: la dificultad de habitar el mundo sabiéndose mortal.

En los días de Séneca, ser filósofo no era escribir tratados de filosofía ni mucho menos dar cursos de esa materia, sino vivir de un modo determinado: con deliberación y conciencia, luchando contra la rutina mimética que todo lo arrastra y nada se pregunta. Por otra parte, el Spinoza, de Alain, prescinde de la parafernalia historicista y de la mirada externa de comentador: resume en un inigualable prontuario lo esencial del pensamiento del valiente sabio judío como si fuera él mismo quien hablase sin intermediarios ni distancia académica.

Durante muchos años, el libro de Alain ha constituido la base de gran parte de mis cursos y también --ayer como hoy-- del pensamiento que me ayuda a vivir. Por suerte, la filosofía es una tradición de la que no debemos renunciar a nada: pero si debo quedarme con un solo compañero filosófico, que me dejen con Spinoza.
La filosofía nace con la democracia y representa en el terreno intelectual lo mismo que ella en el político: la autonomía del individuo pensante frente a las veneraciones inapelables establecidas. Quienes por razones espuriamente funcionales tratan de disminuir hoy su peso en la enseñanza, pretenden sin duda también la sumisión al poder incuestionado y no la mera eficacia laboral.

* Fernando Savater es autor de "Ética para Amador" y "Misterios Gozosos". Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú.





miércoles, 25 de agosto de 2010

Elementos web para clases de filosofía

Francisco Díaz Montilla


Parte de los problemas que confrontamos los docentes de media tienen que ver con los recursos que usamos. Dependemos en gran medida de textos que, no siempre, satisfacen nuestras expectativas. A continuación te ofrecemos algunos sitios que podrían ayudarte en el planeamiento y en el desarrollo de las clases.

El sitio http://recursos.cnice.mec.es/filosofia/ es una propuesta del Ministerio de Educación de España en el que encontrarás modelos de planes, objetivos, contenidos y vídeos que puedes aprovechar para una mejor planificación y aprovechamiento de las clases en el aula.


El sitio http://www.webdianoia.com/ proporciona abundante información sobre la historia de la filosofía, selección de textos y  modelos de pruebas.


En The Paideia Archive de la Universidad de Boston encontrarás interesantes artículos sobre tópicos filosóficos diversos, desde filosofía de la ciencia, hasta filosofía para niños: http://www.bu.edu/wcp/PaidArch.html.

El sitio http://til.phil.muni.cz/journals.php ha sido elaborado por el Departamento de Filosofía de la Universidad de Masaryck, República Checa, en ella encontrarás revistas de filosofía y de lógica online. 


No está demás que visites las revistas A parte rei: http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/ El catoblepas: http://www.nodulo.org/ec/ , ambas en castellano, y que presentan abundante información sobre prácticamente todos los temas por los cuales se interesa y se ha interesado la filosofía.


A los docentes de lógica les recomendamos que visiten los siguientes sitios: http://www.poweroflogic.com/, http://logic.philosophy.ox.ac.uk/main.htm y http://www.umsu.de/logik/trees/ en los que encontrarás ejercicios, problemas y podrás demostrar automáticamente la validez de esquemas de argumentos. En este sitio http://sisbib.unmsm.edu.pe/exposiciones/salazar_bondy/publicaciones/didactica_filosofia/indice_didactica.htm, encontrarás información valiosísma sobre didáctica de la filosofía.


Esperamos que los recursos ofrecidos san provechosos para la importante labor que realizas. 



martes, 24 de agosto de 2010

El valor de la filosofía

 Tomado de Los problemas de la Filosofía de Betrand Russell

Habiendo llegado al final de nuestro breve resumen de los problemas de la filosofía, bueno será considerar, para concluir, cuál es el valor de la filosofía y por qué debe ser estudiada. Es tanto más necesario considerar esta cuestión, ante el hecho de que muchos, bajo la influencia de la ciencia o de los negocios prácticos, se inclinan a dudar que la filosofía sea algo más que una ocupación inocente, pero frívola e inútil, con distinciones que se quiebran de puro sutiles y controversias sobre materias cuyo conocimiento es imposible.

Esta opinión sobre la filosofía parece resultar, en parte, de una falsa concepción de los fines de la vida, y en parte de una falsa concepción de la especie de bienes que la filosofía se esfuerza en obtener. Las ciencias físicas, mediante sus invenciones, son útiles a innumerables personas que las ignoran totalmente: así, el estudio de las ciencias físicas no es sólo o principalmente recomendable por su efecto sobre el que las estudia, sino más bien por su efecto sobre los hombres en general.

Esta utilidad no pertenece a la filosofía. Si el estudio de la filosofía tiene algún valor para los que no se dedican a ella, es sólo un efecto indirecto, por sus efectos sobre la vida de los que la estudian. Por consiguiente, en estos efectos hay que buscar primordialmente el valor de la filosofía, si es que en efecto lo tiene. Pero ante todo, si no queremos fracasar en nuestro empeño, debemos liberar nuestro espíritu de los prejuicios de lo que se denomina equivocadamente «el hombre práctico». El hombre «práctico», en el uso corriente de la palabra, es el que sólo reconoce necesidades materiales, que comprende que el hombre necesita el alimento del cuerpo, pero olvida la necesidad de procurar un alimento al espíritu. Si todos los hombres vivieran bien, si la pobreza y la enfermedad hubiesen sido reducidas al mínimo posible, quedaría todavía mucho que hacer para producir una sociedad estimable; y aun en el mundo actual los bienes del espíritu son por lo menos tan importantes como los del cuerpo. El valor de la filosofía debe hallarse exclusivamente entre los bienes del espíritu, y sólo los que no son indiferentes a estos bienes pueden llegar a la persuasión de que estudiar filosofía no es perder el tiempo.

La filosofía, como todos los demás estudios, aspira primordialmente al conocimiento. El conocimiento a que aspira es aquella clase de conocimiento que nos da la unidad y el sistema del cuerpo de las ciencias, y el que resulta del examen crítico del fundamento de nuestras convicciones, prejuicios y creencias. Pero no se puede sostener que la filosofía haya obtenido un éxito realmente grande en su intento de proporcionar una respuesta concreta a estas cuestiones. Si preguntamos a un matemático, a un mineralogista, a un historiador, o a cualquier otro hombre de ciencia, qué conjunto de verdades concretas ha sido establecido por su ciencia, su respuesta durará tanto tiempo como estemos dispuestos a escuchar. Pero si hacemos la misma pregunta a un filósofo, y éste es sincero, tendrá que confesar que su estudio no ha llegado a resultados positivos comparables a los de las otras ciencias. Verdad es que esto se explica, en parte, por el hecho de que, desde el momento en que se hace posible el conocimiento preciso sobre una materia cualquiera, esta materia deja de ser denominada filosofía y se convierte en una ciencia separada. Todo el estudio del cielo, que pertenece hoy a la astronomía, antiguamente era incluido en la filosofía; la gran obra de Newton se denomina Principios matemáticos de la filosofía natural. De un modo análogo, el estudio del espíritu humano, que era, todavía recientemente, una parte de la filosofía, se ha separado actualmente de ella y se ha convertido en la ciencia psicológica. Así, la incertidumbre de la filosofía es, en una gran medida, más aparente que real; los problemas que son susceptibles de una respuesta precisa se han colocado en las ciencias, mientras que sólo los que no la consienten actualmente quedan formando el residuo que denominamos filosofía.

Sin embargo, esto es sólo una parte de la verdad en lo que se refiere a la incertidumbre de la filosofía. Hay muchos problemas —y entre ellos los que tienen un interés más profundo para nuestra vida espiritual— que, en los límites de lo que podemos ver, permanecerán necesariamente insolubles para el intelecto humano, salvo si su poder llega a ser de un orden totalmente diferente de lo que es hoy. ¿Tiene el Universo una unidad de plan o designio, o es una fortuita conjunción de átomos? ¿Es la conciencia una parte del Universo que da la esperanza de un crecimiento indefinido de la sabiduría, o es un accidente transitorio en un pequeño planeta en el cual la vida acabará por hacerse imposible? ¿El bien y el mal son de alguna importancia para el Universo, o solamente para el hombre? La filosofía plantea problemas de este género, y los diversos filósofos contestan a ellos de diversas maneras. Pero parece que, sea o no posible hallarles por otro lado una respuesta, las que propone la filosofía no pueden ser demostradas como verdaderas. Sin embargo, por muy débil que sea la esperanza de hallar una respuesta, es una parte de la tarea de la filosofía continuar la consideración de estos problemas, haciéndonos conscientes de su importancia, examinando todo lo que nos aproxima a ellos, y manteniendo vivo este interés especulativo por el Universo, que nos expondríamos a matar si nos limitáramos al conocimiento de lo que puede ser establecido mediante un conocimiento definitivo.

Verdad es que muchos filósofos han pretendido que la filosofía podía establecer la verdad de determinadas respuestas sobre estos problemas fundamentales. Han supuesto que lo más importante de las creencias religiosas podía ser probado como verdadero mediante una demostración estricta. Para juzgar sobre estas tentativas es necesario hacer un examen del conocimiento humano y formarse una opinión sobre sus métodos y limitaciones. Sería imprudente pronunciarse 5 dogmáticamente sobre estas materias; pero si las investigaciones de nuestros capítulos anteriores no nos han extraviado, nos vemos forzados a renunciar a la esperanza de hallar una prueba filosófica de las creencias religiosas. Por lo tanto, no podemos alegar como una prueba del valor de la filosofía una serie de respuestas a estas cuestiones. Una vez más, el valor de la filosofía no puede depender de un supuesto cuerpo de conocimientos seguros y precisos que puedan adquirir los que la estudian. De hecho, el valor de la filosofía debe ser buscado en una, larga medida en su real incertidumbre. El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hácerse preciso, definido, obvio; los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario, como hemos visto en nuestros primeros capítulos, que aun los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración, presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar.

Aparte esta utilidad de mostrarnos posibilidades insospechadas, la filosofía tiene un valor —tal vez su máximo valor— por la grandeza de los objetos que contempla, y la liberación de los intereses mezquinos y personales que resultan de aquella contemplación. La vida del hombre instintivo se halla encerrada en el círculo de sus intereses privados: la familia y los amigos pueden incluirse en ella, pero el resto del mundo no entra en consideración, salvo en lo que puede ayudar o entorpecer lo que forma parte del círculo de los deseos instintivos. Esta vida tiene algo de febril y limitada. En comparación con ella, la vida del filósofo es serena y libre. El mundo privado, de los intereses instintivos, es pequeño en medio de un mundo grande y poderoso que debe, tarde o temprano, arruinar nuestro mundo peculiar. Salvo si ensanchamos de tal modo nuestros intereses que incluyamos en ellos el mundo entero, permanecemos como una guarnición en una fortaleza sitiada, sabiendo que el enemigo nos impide escapar y que la rendición final es inevitable. Este género de vida no conoce la paz, sino una constante guerra entre la insistencia del deseo y la importancia del querer. Si nuestra vida ha de ser grande y libre, debemos escapar, de uno u otro modo, a esta prisión y a esta guerra.

Un modo de escapar a ello es la contemplación filosófica. La contemplación filosófica, cuando sus perspectivas son muy amplias, no divide el Universo en dos campos hostiles: los amigos y los enemigos, lo útil y lo adverso, lo bueno y lo malo; contempla el todo de un modo imparcial. La contemplación filosófica, cuando es pura, no intenta probar que el resto del Universo sea afín al hombre. Toda adquisición de conocimiento es una ampliación del yo, pero esta ampliación es alcanzada cuando no se busca directamente. Se adquiere cuando el deseo de conocer actúa por sí solo, mediante un estudio en el cual no se desea previamente que los objetos tengan tal o cual carácter, sino que el yo se adapta a los caracteres que halla en los objetos. Esta ampliación del yo no se obtiene, cuando, partiendo del yo tal cual es, tratamos de mostrar que el mundo es tan semejante a este yo, que su conocimiento es posible sin necesidad de admitir nada que parezca serle ajeno. El deseo de probar esto es una forma de la propia afirmación, y como toda forma de egoísmo, es un obstáculo para el crecimiento del yo que se desea y del cual conoce el yo que es capaz. El egoísmo, en la especulación filosófica como en todas partes, considera el mundo como un medio para sus propios fines; así, cuida menos del mundo que del yo, y el yo pone límites a la grandeza de sus propios bienes. En la contemplación, al contrario, partimos del no yo, y mediante su grandeza son ensanchados los límites del yo; por el infinito del Universo, el espíritu que lo contempla participa un poco del infinito. Por esta razón, la grandeza del alma no es favorecida por esos filósofos que asimilan el Universo al hombre. El conocimiento es una forma de la unión del yo con el no yo; como a toda unión, el espíritu de dominación la altera y, por consiguiente, toda tentativa de forzar el Universo a conformarse con lo que hallamos en nosotros mismos. Es una tendencia filosófica muy extendida la que considera el hombre como la medida de todas las cosas, la verdad hecha para el hombre, el espacio y el tiempo, y los universales como propiedades del espíritu, y que, si hay algo que no ha sido creado por el espíritu, es algo incognoscible y que no cuenta para nosotros. Esta opinión, si son correctas nuestras anteriores discusiones, es falsa; pero además de ser falsa, tiene por efecto privar a la contemplación filosófica de todo lo que le da valor, puesto que encadena la contemplación al yo. Lo que denomina conocimiento no es una unión con el yo, sino una serie de prejuicios, hábitos y deseos que tejen un velo impenetrable entre nosotros y el mundo exterior. El hombre que halla complacencia en esta teoría del cono cimiento es como el que no abandona su círculo doméstico por temor a que su palabra no sea ley.

La verdadera contemplación filosófica, por el contrario, halla su satisfacción en toda ampliación del no yo, en todo lo que magnifica el objeto contemplado, y con ello el sujeto que lo contempla. En la contemplación, todo lo personal o privado, todo lo que depende del hábito, del interés propio o del deseo perturba el objeto, y, por consiguiente, la unión que busca el intelecto. Al construir una barrera entre el sujeto y el objeto, estas cosas personales y privadas llegan a ser una prisión para el intelecto. El espíritu libre verá, como Dios lo pudiera ver, sin aquí ni ahora, sin esperanza ni temor —fuera de las redes de las creencias habituales y de los prejuicios tradicionales —serena, desapasionadamente, y sin otro deseo que el del conocimiento, casi un conocimiento impersonal, tan puramente contemplativo como sea posible alcanzarlo para el hombre. Por esta razón también, el intelecto libre apreciará más el conocimiento abstracto y universal, en el cual no entran los accidentes de la historia particular, que el conocimiento aportado por los sentidos, y dependiente, como es forzoso en estos conocimientos, del punto de vista exclusivo  y personal, y de un cuerpo cuyos órganos de los sentidos deforman más que revelan.

El espíritu acostumbrado a la libertad y a la imparcialidad de la contemplación filosófica, guardará algo de esta libertad y de esta imparcialidad en el mundo de la acción y de la emoción. Considerará. sus proyectos y sus deseos como una parte de un todo, con la ausencia de insistencia que resulta de ver que son fragmentos  infinitesimales en un mundo en el cual permanece indiferente a las acciones de los hombres. La imparcialidad que en la contemplación es el puro deseo de la verdad, es la misma cualidad del espíritu que en la acción se denomina justicia, y en la emoción es este amor universal que puede ser dado a todos y no sólo a aquellos que juzgamos útiles o admirables. Así, la contemplación no sólo amplia los objetos de nuestro pensamiento, sino también los objetos de nuestras acciones y afecciones; nos hace ciudadanos del Universo, no sólo de una ciudad amurallada, en guerra con todo lo demás. En esta ciudadanía del Universo consiste la verdadera libertad del hombre, y su liberación del vasallaje de las esperanzas y los temores limitados.

Para resumir nuestro análisis sobre el valor de la filosofía: la filosofía debe ser estudiada, no por las respuestas concretas a los problemas que plantea, puesto que, por lo general, ninguna respuesta precisa puede ser conocida como verdadera, sino más bien por el valor de los problemas mismos; porque estos problemas amplían nuestra concepción de lo posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual disminuyen la seguridad dogmática que cierra el espíritu a la investigación; pero, ante todo, porque por la grandeza del Universo que la filosofía contempla, el espíritu se hace a su vez grande, y llega a ser capaz de la unión con el Universo que constituye su supremo bien.

Declaración de París a favor de la Filosofía


Nosotros, participantes de las jornadas internacionales de estudio de Filosofía y democracia en el mundo, celebradas en París los días 15 y 16 de febrero de 1995,
constatamos que los problemas de los que trata la filosofía son los relativos a la vida y la existencia de los hombres universalmente considerados;
estimamos que la reflexión filosófica puede y debe contribuir a la comprehensión y a la conducción de los asuntos humanos;
consideramos que la actividad filosófica, que no sustrae idea alguna a la libre discusión, que se esfuerza en precisar las definiciones exactas de las nociones utilizadas, en verificar la validez de los razonamientos, en examinar atentamente los argumentos de los demás, permite a cada uno aprender a pensar por sí mismo;
subrayamos que la educación filosófica favorece la apertura de espíritu, la responsabilidad cívica, la comprensión y la tolerancia entre los individuos y los grupos:
reafirmamos que la educación filosófica, por formar espíritus libres y reflexivos, capaces de resistir a las diversas formas de propaganda, de fanatismo, de exclusión y de intolerancia, contribuye a la paz y prepara a cada uno a hacerse cargo de sus responsabilidades frente a los grandes interrogantes contemporáneos, en el dominio de la ética especialmente;
juzgamos que el desarrollo de la reflexión filosófica, tanto en la enseñanza como en la vida cultural, contribuye de manera importante a la formación de ciudadanos al ejercitar su capacidad de juicio, elemento fundamental de toda democracia.
Por ello, con el compromiso de hacer cuanto esté en nuestro poder -en nuestras instituciones y en nuestros respectivos países- por llevar a cabo tales objetivos, declaramos que:
Una actividad filosófica libre en todas partes debe ser garantizada, en todas sus formas y en todos los lugares en que pueda ejercitarse, a todos los individuos. La enseñanza filosófica debe ser preservada o ampliada allá donde exista, creada donde no, y denominada explícitamente filosofía.
La enseñanza filosófica debe ser garantizada por profesores competentes, formados expresamente al efecto, sin que pueda subordinarse a ningún imperativo económico, técnico, religioso, político o ideológico.
Aun preservando su autonomía, la enseñanza filosófica debe estar, allí donde sea posible, efectivamente asociada -en lugar de meramente yuxtapuesta- a la formación de universitarios y profesionales, y en todos los ámbitos.
La difusión de libros accesibles a un público amplio, tanto por su lenguaje como por su precio de venta; la creación de emisiones de radio o de televisión, de cassettes de audio o de vídeo; la utilización pedagógica de todos los medios audiovisuales e informáticos; la creación de múltiples foros donde debatir libremente, y en general toda iniciativa susceptible de favorecer el acceso de la mayoría a una primera comprehensión de las cuestiones y de los métodos filosóficos deben ser estimuladas a fin de generar una educación filosófica para los adultos.
El conocimiento de las reflexiones filosóficas de las diferentes culturas, la comparación de sus aportes respectivos, el análisis de cuanto les aproxima o separa, deber ser perseguidos y sostenidos por las instituciones de investigación y de ensenanza.
La actividad filosófica, en tanto práctica libre de la reflexión, no puede considerar ninguna verdad como definitivamente adquirida, e incita a respetar las convicciones de cada uno; mas en ningún caso, so pena de renegar de sí misma, debe aceptar las doctrinas que niegan la libertad de otro, ofenden la dignidad humana y engendran la barbarie.

No siempre se valora lo que se necesita...

Francisco Díaz Montilla


Recientemente en El Panamá América (23 de agosto de 2010) se ha publicado una interesante noticia sobre la baja matrícula en las carreras de filosofía (Filosofía e Historia y Filosofía, Ética y Valores) que ofrece el Departamento de Filosofía de la Universidad de Panamá. Por supuesto, el caso de la filosofía no es excepcional, pues otras carreras tienen una situación similar: la Licenciatura en Francés, Historia y Sociología en el área humanística; Matemática Pura y Física, en el área científica.

¿Qué podría explicar esta situación? En realidad esta pregunta podría tener múltiples respuestas.

Con respecto a la filosofía, ciertamente, sería difícil afirmar que se trate de una disciplina esencialmente humanística, pues -además de lo estrictamente filosófico- los filósofos suelen estar interesados por cuestiones de naturaleza conceptual y práctica que surgen en otros contextos disciplinares: filosofía de la matemática, filosofía de la física, filosofía de la química, filosofía de la biología, hasta la filosofía del arte, de la religión y del derecho. No reparamos -sin embargo- en caracterizarla como una disciplina humanística y en el engranaje administrativo-académico de los colegios como parte del Departamento de Ciencias Sociales, aunque tampoco se pueda catalogar a la disciplina como una ciencia social sensu stricto. Es decir, de plano tenemos una imagen un tanto distorsionada de lo que la filosofía es y hace. Siendo así, difícilmente se puede tener claro el sentido de la filosofía en nuestro medio.

Decimos esto a propósito de la información aludida, pero teniendo presente las declaraciones enunciadas por la profesora Isis Núñez, actual funcionaria del Meduca y vocera de lo que se ha dado en llamar transformación curricular.

De acuerdo con lo citado por el diario, la sociedad panameña no necesita filósofos. El mercado laboral demanda otras cosas, de manera tal que la formación filosófica no es una necesidad. Pues bien, pareciera que la profesora Núñez no se ha tomado tiempo para reflexionar sobre la relación necesidad-demanda, y menos ha advertido que no siempre las sociedades demandan lo que necesitan, y no siempre necesitan aquellas cosas o bienes que demandan. 

La estupidez, por ejemplo, no es necesaria, pero la sociedad la demanda y la escuela se la ofrece a los jóvenes mediante los programas intrascendentes de entretenimiento en que les hace participar: ¡Muévelo!, novatadas de colegio, pantallas para ver los partidos de fútbol durante el mundial, etc. La sociedad necesita instituciones fuertes y transparencia, pero prefiere el "juega vivo". Para lo que los expertos llaman sociedad del conocimiento, demandamos más pensamiento racional, pero le ofrecemos menos y hacemos como que las cosas van bien.

Tal vez la sociedad no demande filósofos, pero ello no significa que no se necesiten.